lunes, 11 de mayo de 2009

HABLANDO EN JAPONÉS DESDE EL ZUMO DE UN LICORCITO ADULTERADO.

Desde mi conciencia quisiera admitir que poco puedo hacer por cambiar las cosas, por darle un viraje a mi suerte, por encender de un solo grito el salón de maquinas de mi voluntarioso talento (si lo tengo) pero lo que mas bronca da (hablo de mí) es esa cosa que me hace tan insignificante y tan sórdido a la vez, eso que me iguala con las personas que suelo criticar y no con poca acidez.

Digo, es un decir; “que puede hacer una persona de nobles intenciones y grandes sueños, ser abyecto a escondidas, mísero en mis aportes, desdichadamente dipsómano y sobretodo mezquino con uno mismo”.

Solo existe una respuesta con dos premisas; fragilidad propositiva y frustración colectivizante. A ello añadirle una cuota de cierta cobardía, un gramo de letal pereza y un enorme bostezo de abulia.

Por qué a mi pobreza material y complejos de personalidad limítrofe no le puedo buscar su contra parte. Por qué si solo una vez nos mirásemos al espejo con una franqueza homicida, pudiésemos hacer una selección de distintos aspectos de nuestra personalidad y luchar, por qué en esos sitios de bohemia bizarra donde pululan nuestras voces, la palabra LUCHA brilla por su ausencia o se fue a buscar un plátano cultivado en alguna pradera escandinava.

Por qué la conversación aguda, la polémica trascendente allí en esos sitios de la plazuela y sus periféricos mingitorios se extravió entre los hedores.

Mañana después de su publicación más de uno criticará este escrito que tal vez carezca de objetividad.